Así es él, nadie le juzga, nadie le tose, simplemente asumes y te arrodillas frente a uno de los más grandes, de los más grandes que habrá jamás.
Tras una mala estancia durante el año y medio que ha jugado en Brooklyn, Garnett aterrizó en Minneapolis con los objetivos muy claros y las intenciones más que decididas. Un grupo joven, talentoso, con un enorme potencial necesita un líder, un líder que sepa lo que es ganar, dirigir y orientar a un roster acostumbrado a perder.
Y que mejor que él para dirigir el barco en las próximas temporadas. Garnett cerró su ciclo de lucha por ganar para transmitir ese sentimiento a los recién llegados a la liga. El 19 de enero, el ala pívot tomó la decisión de vincular su carrera deportiva y empresarial a la franquicia que se lo ha dado todo desde su llegada a la liga en el 95, y el comienzo no ha podido ser más prometedor.
Ha implantado una normas, a las que por supuesto Sanders no ha puesto ninguna pega. En el vestuario manda el entrenador, pero él también, es SU equipo. Prohibido usar teléfonos en el vestuario, nadie abandona el entrenamiento antes que él, quien falle más tiros libres durante la semana le lava el coche. Para muchos una actitud dictatorial, pero ni los jugadores, ni el entrenador ni la franquicia lo ven así, tan sólo lo tratan como un signo de respeto, de aprendizaje, de intensidad.
Y esa actitud se ha trasladado a la cancha desde el primer minuto. Su primer encuentro frente a Washington produjo el lleno absoluto del Target Center, récord de ventas y un ambiente de ambición propio de los momentos más tensos de un partido de playoffs. Partió de titular, pero con sus minutos controlados. Ya en la presentación se notaba su presencia, una concentración diferente, una actitud ganadora. Por un momento el pabellón se olvidó de sus 12 victorias y se trasladó a esos momentos de tensión en 2004 en las Western Conference Finals frente a Lakers. Al Garnett de los 23 puntos y 14 rebotes que dominaba los partidos a su antojo y a esos escuderos de lujo encarnados en las figuras de Sprewell y Cassell.
Los más pequeños volvieron a los vídeos de youtube que habían visto tantas y tantas veces, mientras que los mayores frotaban sus manos con la camiseta mientras imaginaban de nuevo imágenes similares en un futuro cercano. Pero no eran los únicos. Las caras de sus compañeros habían cambiado, rostros con ganas de demostrar, de enseñarle y transmitirle al público que conocen hace muy poco lo mismo que consiguió él.
El parcial inicial de 18-3 para los capitalinos y el nerviosismo de todos se vio calmado a mediados del primer cuarto, cuando el equipo, siempre aplaudido y animado por Big Ticket empezó a anotar por medio de Pekovic y Wiggins. Garnett abandonó la cancha a 7.01 de terminar el cuarto y no volvió hasta mediado el segundo, pero en el banquillo no dejaba de hablar, aconsejar y corregir cada uno de los errores que sus compañeros hacían, siempre atento al juego y a cada una de las mínimas cosas que sucedían sobre el parqué. Saunders se limitaba a mirar, observar como su discípulo hacía el trabajo sucio. Y la reacción llegó. Tras un genial segundo cuarto, donde acciones clave en defensa por parte de Garnett y Dieng añadieron un plus de rabia al equipo, Martin se puso el mono de trabajo y logró reducir distancias hasta llegar al empate a 42 al tiempo de descanso gracias a un tapón de Big Ticket a tiro de Gooden.
Si la primera mitad fue de menos a más, la segunda parte fue un paseo. Los lobos salieron rabiosos, metidos y ambiciosos por la victoria, ese sentimiento que Garnett quería transmitir desde el minuto 1. Martin y Wiggins lideraron la victoria que los aficionados y su líder necesitaban para empezar. Desde ese día los Wolves han perdido los 3 partidos que han disputado frente a Chicago, Memphis y Clippers, pero con tan sólo una diferencia de 10 puntos en el cómputo global.
El gen competitivo de Garnett se ha contagiado a cada uno de los jugadores de los Wolves. Los resultados no serán los mejores, pero las sensaciones han cambiado, la motivación ha cambiado, la intensidad ha cambiado. El 25 de febrero cambió todo en Minneapolis, al igual que ese 3 de noviembre de 1995. 20 años, pero el espíritu es el mismo, el de ganar.
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